Venir al IMSS me toma tres horas como mínimo, cada mes dedico ese tiempo en atenderme a que me revisen y me entreguen mis medicinas. Son tres horas de vida, 180 minutos en los que me siento verdaderamente como un pendejo. Este texto lo estoy escribiendo mientras estoy en la sala de espera del consultorio del segundo piso de mi Unidad Médica Familiar y llevo tres consultas pensando que me tratan mal por mi culpa, y me explico a continuación.

Cuando cumplí 36 años recibí una llamada en la que el cardiólogo me pidió que acudiera de emergencia a su consultorio, que era urgente vernos. Claro que me preocupé y tomé mi auto y manejé lo más rápido que pude desde Tecate hasta la zona del Rio en Tijuana. Fue un momento tan dramático, qué al llegar me latía el corazón fuerte, rápido y me sudaban las manos. El doctor me vio a los ojos y me dijo algo así: «ya se lo había advertido, pero usted tiene diabetes», con 600 de glucosa fue urgente la insulina y someterme a cambios drásticos.

Por la mente y los labios pasaron los recuerdos de los miles de veces que destapé una lata de coca cola y de un solo trago bebía 350 mililitros del elixir del glucómetro. También recordé esos mazapanes, los flanes y hasta aquella pizza que devoré un domingo cuando tenía 16 años. Vi mis gustos culposos, los vi pasar; gustos porque los gocé y culposos porque en verdad si me dan culpa, no los alimentos sino mis decisiones.

Desde entonces ya no he sido el mismo, aunque si sea el mismo, hazte de cuenta como el Barco de Teseo.

Mi cuerpo reacciona diferente y le he puesto atención, aunque me falta disciplina. Se me cayó un diente, me han hecho dos endodoncias, me han operado dos veces y me da vértigo la velocidad, dejé el cigarro y bajé al mínimo al alcohol. Cosas de un cuarentón con diabetes e hipertensión.

Pero como clase mediero, debo aprovechar los medicamentos que me compro con mi seguro social, con el IMSS. Pero debo hacer cita cada cinco semanas, debo de ir a la farmacia y luchar contra burócratas qué me hacen saber que soy un pendejo.

Este valioso tiempo que me paso en el seguro social, carajo. ¿Qué chingados harías con 36 horas más de vida en un año? Apostemos. Te alcanza para ver 12 películas, te alcanza para ir y pasar una tarde con tu madre, te alcanza para visitar a tus suegros, para una hamburguesada con amigos, te sobra para ir a llorar con algún buen amigo, para celebrar, para reír…. Pero yo soy un pendejo. Me descuide y en un acto en contra de mí mismo, decidí que era buena opción no cuidarme, pensé que nunca tendría consecuencias y no medí ni pensé cómo me cobraría la vida estas facturas de descontrolar mi glucosa.

 Hoy lo sé, el destino me lo cobra con tiempo. El viacrucis inicia al tomar mi auto una hora antes de mi cita, estacionarme, caminar al hospital con cubrebocas, qué me pesen y me digan que van retrasados y me toca 30 minutos más tarde de mi cita y al salir de consulta debo hacer fila en la farmacia y rezar que me atiendan antes de las ocho de la noche para que la farmacia me surta la receta y no hagan regresar el día siguiente. Si llego tarde o a tiempo, mi cita se cancela. ¿Ya ven? Soy un pendejo, y cada que me toca venir al IMSS me lo digo, no termino de aprender, pero me lo digo y hasta me pregunto ¿Cómo le harán los que no tienen auto o no tienen otra opción? Cada caso es diferente, aunque no me merezco este trato, sé que una parte es consecuencia de mis actos y lo asumo.

Al menos me queda claro que «ignorante» es quien carece del conocimiento o información para tomar decisiones; «pendejo», es quien, a pesar de contar con información y habilidades, decide tomar malas decisiones en contra de sí mismo y su entorno y eso fue lo que hice y desde hace cuatro años me ha hecho otro, aunque soy el mismo.

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