Ernesto EslavaLa cuarta entrega de John Wick es una película que tal vez solo disfrutes una vez, dudo que sea el final de la saga pero si estoy seguro que se trata del parteaguas de la apertura de otro universo cinematográfico debido a la gran aceptación del personaje interpretado por Keanu Reeves desde 2014 y en sus secuelas de 2017 y 2019, de la mano del director Chad Stahelski.
Capítulo cuatro nos narra la vida sin sentido que lleva el mercenario John Wick que busca dejar la vida como asesino a sueldo y separarse de la organización criminal, La Mesa, en la que se involucró en las primeras entregas. Para hacerlo, pondrá en peligro a los pocos amigos que le quedan y buscará derrotar al líder en un reto en París, lo que resultará en una larga travesía llena de acción, aventura y absurdos momentos en los que ahora él será el objetivo a eliminar de toda la organización criminal. De nueva cuenta una perra se ganará el corazón de Wick.
John Wick en cada entrega disminuye su carga dramática y su historia y se concentra en lo que le ha funcionado: la acción. Las habilidades del director Stahelski por las coreografías peligrosas son evidentes y lucen con el juego de luces, de agua y atmósferas que hacen única a John Wick.
La banda sonora, a cargo de Tyler Bates y Joel J Richard, es otro personaje que acompaña a cada coreografía y enlaza la trama, como un narrador omnisciente en una historia que se toma a la ligera su propia esencia y por momentos hace sátira de las películas de acción y suspenso, creando una comedia que solo se puede ver en John Wick y en Rápido y Furioso.
Una película bien ejecutada, una historia que amenaza con tener spin off y secuelas que podrán satisfacer a la base de fanáticos que solo buscan desconectarse por más de 120 minutos en una coreografía bien ejecutada con un vago peso argumental. Es bueno verla una vez, innecesario revisitarla para comprender la historia y vida del viudo John Wick que al principio buscaba venganza y terminó clamando paz.